Habían pasado
ya 12 días y las esperanzas de que fueran rescatados se veían increíblemente
lejanas. Sergio había dedicado los últimos dos días a revisar la isla de cabo a
rabo para buscar cualquier cosa que se pudiera comer ya que los víveres, esos
pocos que lograron rescatar del bote antes de que la marea se lo tragara,
comenzaban a escasear; Sofía por su parte intentaba gran parte del día
construir de manera muy rudimentaria algún tipo de choza bajo la cual pudieran
resguardarse del sol y la lluvia inesperada.
Durante un
viaje de placer, Sergio y Sofía habían sufrido un choque con un arrecife de
coral, lo que provocó que el bote donde viajaban ellos solos se hundiera
irremediablemente. Lograron alcanzar la orilla de una isla cercana por puro
milagro, rescatando de igual forma algo de comida que rápidamente racionaron
para evitar pasar hambruna hasta su rescate, además de eso lo único que tenían era la ropa
mojada que llevaban puesta. La cuestión, sin embargo, era que
probablemente el rescate tardaría mucho en llegar, ya que Sergio y Sofía habían
salido sin avisar a nadie en un tipo aventura amorosa no permitida que
aprovecharían para hacer realidad su más oscuras y torcidas fantasías sexuales
en medio del mar, así no habría problema de que alguien escuchara a Sofía
gritar escandalosamente mientras era penetrada por Sergio.
En el momento
en que se vieron como náufragos en aquella isla en medio de quién sabe donde,
Sofía se puso como histérica pensando en que realmente había sido una tontería
realizar el viaje; le sacó en cara una y otra vez que todo era su culpa, que
fue una mala idea haber robado el bote de su padre sin saber absolutamente nada
de navegación, también le dijo mil veces que estaba harta de sus arranques
infantiles y que quería ver ahora cómo se las arreglaría para salir de esa.
Sergio por su parte había mantenido la calma lo suficiente como para evocar
todos los tips de supervivencia que había escuchado alguna vez en televisión o
leyó en alguna revista de esas que están en los consultorios médicos, también
dejó que Sofía le gritara todo lo que le diera la gana pues sabía que después
de eso se tranquilizaba y escuchaba atentamente lo que había que hacer.
Así pues, una
vez que Sofía se calmó, Sergio le indicó que lo primero que habría que hacer
era reunir rocas o cualquier cosa que sirviera para llamar la atención por si
acaso pasaba algún helicóptero por la zona, después seria una buena idea que se
repartieran las tareas: él iría a buscar cualquier cosa que se pudiese comer, mientras
ella construiría una choza, después irían a recolectar leña juntos por si hacía
frío repentinamente por la noche, y esperarían al siguiente día. Calmadamente,
se quitaron la ropa mojada y dedicaron el resto del día a conseguir comida,
resguardar los víveres y racionarlos económicamente, armaron una chocita
bastante inestable y consiguieron la leña; Sofía preguntó a Sergio si creía que
habría animales salvajes, a lo que él contestó que seguramente no, aunque lo
hizo sólo para tranquilizarla ya que sabía que probablemente habría serpientes
venenosas al menos. Caída la noche, el clima comenzó a volverse más fresco, así
que Sergio encendió una pequeña fogata y se sentó junto a Sofía, mirando ambos
al horizonte.
--No está tan
mal—Dijo Sofía de pronto y Sergio la miró extrañado—Queríamos privacidad y
aventura ¿no? Pues aquí la tenemos: estamos en una isla, solos, sin nadie que
nos diga qué hacer y pudiendo hacer lo que queramos; seguro nuestros padres
pensarán que huimos juntos por pura necedad, y eso será hasta que mi padre se
de cuenta de la falta del bote; pero mientras eso sucede, somos libres.
Sergio sonrió
y le tomó la mano, y seguidamente Sofía comenzó a besarlo primero con ternura,
luego un poco más agresiva, hasta que pronto los dos se vieron completamente
envueltos en el preámbulo amoroso que seguramente terminaría en una sesión de
sexo muy diferente a lo que estaban acostumbrados y, sobre todo, libre.
Al siguiente
día, Sergio se despertó sudoroso y algo lleno de arena; Sofía ya estaba
despierta y revisaba minuciosamente lo que tenían para comer: era demasiado
poco. Todo lo que habían rescatado del bote antes de hundirse era lo suficiente
como para comer bien durante un día, el resto era algo de musgo (Sergio había
escuchado alguna vez que se podía comer) y frutillas de las cuales Sofía dudaba.
Cuidadosamente y pensando en que era incierto el tiempo que estarían ahí,
segmentó la comida en pequeñas porciones, una de las cuales hizo llevar a
Sergio aclarándole que debía comerla despacio, y que además sería buena idea
arreglárselas para encontrar agua.
El día
transcurrió lentamente, pero lleno de actividades para hacer: Sofía intentó
estabilizar la chocita para no preocuparse de que se les viniera encima
mientras dormían, preguntó a Sergio si podrían intentar pescar y éste creyó que
aunque sonaba como algo descabellado, podría servir; también se dieron cuenta
que había palmeras con cocos, de los cuales podrían extraer agua y algo de
comida extra, el problema sería bajarlos. Durante ese día, Sergio y Sofía se
vieron posesos por una lujuria extrema, quizás porque andaban los dos con poca
ropa, quizás porque el hecho de sentirse solos permitía que se dejara volar la
imaginación, así que se dedicaron a hacer el amor cuando se les antojaba, como
quisieran, en la playa o bajo la chocita, y podrían gritar y decirse las cosas
que nunca habrían pensado decir al estar en la ciudad; después se quedaban
tumbados uno junto al otro, y hablaban acerca de lo que estaría pensando la
gente por su desaparición, se preguntaban si los rescatarían o si encontrarían
la manera de vivir plácidamente en ese lugar apartado.
Conforme
pasaba el tiempo, las circunstancias se volvían mucho más difíciles de lo
esperado: lo que en un principio vieron como un nido de amor y depravación,
ahora era un escenario en el cual intentaban desesperadamente sobrevivir día a
día. Sus pieles estaban rojas por la prolongada exposición al sol, también
curtidas y en algunas partes habían aparecido llagas. Sofía se ponía de mal
humor y pasaba la mayor parte del día llorando, y Sergio estaba harto de buscar
comida todo el día y además aguantar los reproches de Sofía por no haber
conseguido lo suficiente; los cocos eran difíciles de conseguir por la proeza
de bajarlos de las palmeras, y sus intentos de pesca no habían resultado
provechosos, no conocían otras cosas qué comer de la vegetación y la comida
decente rescatada hacía tiempo que se había terminado. Poco a poco, el horror
de la realidad se materializaba frente a ellos.
Sofía y Sergio
terminaron por tener problemas entre ellos; Sofía quería que Sergio fuera más
atento con las necesidades y que también la consintiera cuando se sentía de mal
humor, pero Sergio solamente quería utilizar su tiempo libre (el poco que
tenía) para relajarse y descansar antes de volver a la faena diaria.
Rápidamente comenzaron a aparecer discusiones por tonterías sin sentido: Sergio
gritó a Sofía porque la choza tenía agujeros, Sofía golpeó a Sergio al verlo
hurgando en la comida ya que pensó que tomaría algo sin consultarlo; más tarde,
Sofía había estado llorando porque extrañaba su casa y su familia, y Sergio
intentó consolarla besándola en el cuello. Sofía no se sintió cómoda y pidió
que parara, pero Sergio ya había perdido la cordura y se abalanzó sobre ella,
acariciándola a la fuerza, besándola, mordiéndola hasta hacerle daño e
ignorando los gritos.
La soledad y
las condiciones precarias habían provocado que Sofía y Sergio perdieran poco a
poco la cordura; ella se volvió retraída después de aquella noche, temerosa, ni
siquiera se atrevía a decirle a Sergio que no tocara la comida que no le
correspondía. Él continuó con su actitud barbárica, atemorizando y gritando a
Sofía cada que se le antojaba, pasando el día tirado a la sombra de alguna
palmera y obligando a que Sofía lo complaciera sexualmente si lo necesitaba. La
muchacha ya no quería seguir ahí, quería que la rescataran lo más pronto
posible pues no soportaba el cambio tan repentino de su novio; el hombre dulce
al que amaba ahora era una bestia sin sentimientos que la trataba como a un
animal. Se preguntó repetidas veces si habría sido el sol, o la sal del agua, o
quizás algo que comió y lo empezó a transformar por algún efecto tóxico;
también cuestionó si fue su culpa aquel cambio, si debió haber accedido a hacer
el amor aquella noche, o si por llorar tanto él ya estaba harto. De nada
obtenía una respuesta.
Llegó la noche
en que no había comida ni agua, Sergio había destruido la chocita en un ataque
de ira cuando Sofía no había accedido a sus demandas sexuales por tener la
regla, y ahora ella tenía un diente roto y el ojo morado por la paliza que
Sergio le propinó antes de violarla nuevamente. En todo el día no se habían
hablado, ni se habían mirado siquiera, y no fue hasta que Sergio intentó
tocarla nuevamente que Sofía saltó encolerizada y comenzó a gritarle que era un
guarro, un estúpido, una bestia a la que habría deseado nunca haber conocido ni
mucho menos haber accedido a hacer aquel viaje estúpido por el que comenzó todo
lo que estaban viviendo; escupió y maldijo a él y a toda su familia, le lanzó
piedras y ramas y hojas que tenía a su alrededor, pateó y arañó a Sergio
mientras él respondía a los golpes con el doble de fuerza. El forcejeo se hizo
intenso, y un Sergio que parecía poseído, con ojos inyectados de sangre y una fuerza
que quién sabe de dónde fue sacada, sujetó a Sofía por el cabello, y le azotó
la frente contra una palmera. Sofía quedó inconsciente, y Sergio siguió
golpeando con furia la cabeza que pronto pareció un clavel de piel reventada;
tomó entonces una piedra grande y siguió golpeándola, arrancando la piel a
jirones con sus manos y dejando que la arena absorbiera la sangre, exponiendo
el cráneo blanco y después partiéndolo en pedazos. Pronto vio una masa
gelatinosa, ciertamente grisácea y llena de sangre que lucía apetitosa, y presa
del hambre que le carcomía su propio estómago, Sergio arrancó un generoso trozo
de cerebro y se lo llevó a la boca.
Devoró el
manjar en cuestión de minutos, después sonrió con dientes ensangrentados: a
pesar del sabor a hierro, estaba feliz porque el cerebro de Sofía tenía
justamente la consistencia de un flan.