De pronto ya no se sentía como si
estuviese en las típicas pesadillas donde existen monstruos horripilantes que
salen de debajo de la cama por las noches en que el viento sopla y mueve
tétricamente las ramas de los árboles, pareciendo que éstos cobran vida propia
y esperan amenazantes el momento ideal para atacarte a través del cristal de la
ventana; era una noche más bien tranquila, silencia, el tipo de noches que
solía disfrutar estando en soledad, quizá fumando n cigarrillo y observando
cómo el humo de éste se arremolina siendo tenuemente iluminado por el fuego.
El negro telón de la noche ya se
había corrido sobre la ciudad y lo único que podía observarse claramente desde
el mirador eran las lámparas de la calle, así como los autos que iban y venían por
las avenidas a gran velocidad; a lo lejos, quizás, solo se escuchaba levemente
el ulular de los búhos ocultos entre los árboles de aquel paradero donde
caminaba sin rumbo fijo, sólo observando la postal que ante sus ojos se
presentaba.
Repentinamente, sintió un aire
frío recorriéndole la médula, tan frío que parecía que se trataban de cientos
de cuchillos clavándosele en la piel… o tal vez agujas; sí, agujas es lo más
parecido, de esas que se clavan hasta topar con hueso. Al darse vuela, le vio
de pie, inmóvil, con el rostro a unos cuantos centímetros y de piel cetrina,
casi tan pálida como la luz de la luna. No se movió, sino que se limitó a
clavar su mirada en los ojos grisáceos y muertos de aquella persona frente a
él; notaba el olor fétido de su respiración y se distraía ocasionalmente con el
cabello enmarañado que enmarcaba el pálido rostro. Al intentar de manera
grotesca imitar una sonrisa, una fila de dientes amarillos se asomó entre los
finos labios… y con un rápido movimiento, colocó la huesuda y fría mano en su
cuello.
Despertó sobresaltado, con el
hocico del perro muy cerca de su rostro y un calor insoportable que le había
sudar hasta por las orejas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario