martes, 21 de agosto de 2012

Consistencia de flan


Habían pasado ya 12 días y las esperanzas de que fueran rescatados se veían increíblemente lejanas. Sergio había dedicado los últimos dos días a revisar la isla de cabo a rabo para buscar cualquier cosa que se pudiera comer ya que los víveres, esos pocos que lograron rescatar del bote antes de que la marea se lo tragara, comenzaban a escasear; Sofía por su parte intentaba gran parte del día construir de manera muy rudimentaria algún tipo de choza bajo la cual pudieran resguardarse del sol y la lluvia inesperada.
Durante un viaje de placer, Sergio y Sofía habían sufrido un choque con un arrecife de coral, lo que provocó que el bote donde viajaban ellos solos se hundiera irremediablemente. Lograron alcanzar la orilla de una isla cercana por puro milagro, rescatando de igual forma algo de comida que rápidamente racionaron para evitar pasar hambruna hasta su rescate, además de eso lo único que tenían era la ropa mojada que llevaban puesta. La cuestión, sin embargo, era que probablemente el rescate tardaría mucho en llegar, ya que Sergio y Sofía habían salido sin avisar a nadie en un tipo aventura amorosa no permitida que aprovecharían para hacer realidad su más oscuras y torcidas fantasías sexuales en medio del mar, así no habría problema de que alguien escuchara a Sofía gritar escandalosamente mientras era penetrada por Sergio.
En el momento en que se vieron como náufragos en aquella isla en medio de quién sabe donde, Sofía se puso como histérica pensando en que realmente había sido una tontería realizar el viaje; le sacó en cara una y otra vez que todo era su culpa, que fue una mala idea haber robado el bote de su padre sin saber absolutamente nada de navegación, también le dijo mil veces que estaba harta de sus arranques infantiles y que quería ver ahora cómo se las arreglaría para salir de esa. Sergio por su parte había mantenido la calma lo suficiente como para evocar todos los tips de supervivencia que había escuchado alguna vez en televisión o leyó en alguna revista de esas que están en los consultorios médicos, también dejó que Sofía le gritara todo lo que le diera la gana pues sabía que después de eso se tranquilizaba y escuchaba atentamente lo que había que hacer.
Así pues, una vez que Sofía se calmó, Sergio le indicó que lo primero que habría que hacer era reunir rocas o cualquier cosa que sirviera para llamar la atención por si acaso pasaba algún helicóptero por la zona, después seria una buena idea que se repartieran las tareas: él iría a buscar cualquier cosa que se pudiese comer, mientras ella construiría una choza, después irían a recolectar leña juntos por si hacía frío repentinamente por la noche, y esperarían al siguiente día. Calmadamente, se quitaron la ropa mojada y dedicaron el resto del día a conseguir comida, resguardar los víveres y racionarlos económicamente, armaron una chocita bastante inestable y consiguieron la leña; Sofía preguntó a Sergio si creía que habría animales salvajes, a lo que él contestó que seguramente no, aunque lo hizo sólo para tranquilizarla ya que sabía que probablemente habría serpientes venenosas al menos. Caída la noche, el clima comenzó a volverse más fresco, así que Sergio encendió una pequeña fogata y se sentó junto a Sofía, mirando ambos al horizonte.
--No está tan mal—Dijo Sofía de pronto y Sergio la miró extrañado—Queríamos privacidad y aventura ¿no? Pues aquí la tenemos: estamos en una isla, solos, sin nadie que nos diga qué hacer y pudiendo hacer lo que queramos; seguro nuestros padres pensarán que huimos juntos por pura necedad, y eso será hasta que mi padre se de cuenta de la falta del bote; pero mientras eso sucede, somos libres.
Sergio sonrió y le tomó la mano, y seguidamente Sofía comenzó a besarlo primero con ternura, luego un poco más agresiva, hasta que pronto los dos se vieron completamente envueltos en el preámbulo amoroso que seguramente terminaría en una sesión de sexo muy diferente a lo que estaban acostumbrados y, sobre todo, libre.
Al siguiente día, Sergio se despertó sudoroso y algo lleno de arena; Sofía ya estaba despierta y revisaba minuciosamente lo que tenían para comer: era demasiado poco. Todo lo que habían rescatado del bote antes de hundirse era lo suficiente como para comer bien durante un día, el resto era algo de musgo (Sergio había escuchado alguna vez que se podía comer) y frutillas de las cuales Sofía dudaba. Cuidadosamente y pensando en que era incierto el tiempo que estarían ahí, segmentó la comida en pequeñas porciones, una de las cuales hizo llevar a Sergio aclarándole que debía comerla despacio, y que además sería buena idea arreglárselas para encontrar agua.
El día transcurrió lentamente, pero lleno de actividades para hacer: Sofía intentó estabilizar la chocita para no preocuparse de que se les viniera encima mientras dormían, preguntó a Sergio si podrían intentar pescar y éste creyó que aunque sonaba como algo descabellado, podría servir; también se dieron cuenta que había palmeras con cocos, de los cuales podrían extraer agua y algo de comida extra, el problema sería bajarlos. Durante ese día, Sergio y Sofía se vieron posesos por una lujuria extrema, quizás porque andaban los dos con poca ropa, quizás porque el hecho de sentirse solos permitía que se dejara volar la imaginación, así que se dedicaron a hacer el amor cuando se les antojaba, como quisieran, en la playa o bajo la chocita, y podrían gritar y decirse las cosas que nunca habrían pensado decir al estar en la ciudad; después se quedaban tumbados uno junto al otro, y hablaban acerca de lo que estaría pensando la gente por su desaparición, se preguntaban si los rescatarían o si encontrarían la manera de vivir plácidamente en ese lugar apartado.
Conforme pasaba el tiempo, las circunstancias se volvían mucho más difíciles de lo esperado: lo que en un principio vieron como un nido de amor y depravación, ahora era un escenario en el cual intentaban desesperadamente sobrevivir día a día. Sus pieles estaban rojas por la prolongada exposición al sol, también curtidas y en algunas partes habían aparecido llagas. Sofía se ponía de mal humor y pasaba la mayor parte del día llorando, y Sergio estaba harto de buscar comida todo el día y además aguantar los reproches de Sofía por no haber conseguido lo suficiente; los cocos eran difíciles de conseguir por la proeza de bajarlos de las palmeras, y sus intentos de pesca no habían resultado provechosos, no conocían otras cosas qué comer de la vegetación y la comida decente rescatada hacía tiempo que se había terminado. Poco a poco, el horror de la realidad se materializaba frente a ellos.
Sofía y Sergio terminaron por tener problemas entre ellos; Sofía quería que Sergio fuera más atento con las necesidades y que también la consintiera cuando se sentía de mal humor, pero Sergio solamente quería utilizar su tiempo libre (el poco que tenía) para relajarse y descansar antes de volver a la faena diaria. Rápidamente comenzaron a aparecer discusiones por tonterías sin sentido: Sergio gritó a Sofía porque la choza tenía agujeros, Sofía golpeó a Sergio al verlo hurgando en la comida ya que pensó que tomaría algo sin consultarlo; más tarde, Sofía había estado llorando porque extrañaba su casa y su familia, y Sergio intentó consolarla besándola en el cuello. Sofía no se sintió cómoda y pidió que parara, pero Sergio ya había perdido la cordura y se abalanzó sobre ella, acariciándola a la fuerza, besándola, mordiéndola hasta hacerle daño e ignorando los gritos.
La soledad y las condiciones precarias habían provocado que Sofía y Sergio perdieran poco a poco la cordura; ella se volvió retraída después de aquella noche, temerosa, ni siquiera se atrevía a decirle a Sergio que no tocara la comida que no le correspondía. Él continuó con su actitud barbárica, atemorizando y gritando a Sofía cada que se le antojaba, pasando el día tirado a la sombra de alguna palmera y obligando a que Sofía lo complaciera sexualmente si lo necesitaba. La muchacha ya no quería seguir ahí, quería que la rescataran lo más pronto posible pues no soportaba el cambio tan repentino de su novio; el hombre dulce al que amaba ahora era una bestia sin sentimientos que la trataba como a un animal. Se preguntó repetidas veces si habría sido el sol, o la sal del agua, o quizás algo que comió y lo empezó a transformar por algún efecto tóxico; también cuestionó si fue su culpa aquel cambio, si debió haber accedido a hacer el amor aquella noche, o si por llorar tanto él ya estaba harto. De nada obtenía una respuesta.
Llegó la noche en que no había comida ni agua, Sergio había destruido la chocita en un ataque de ira cuando Sofía no había accedido a sus demandas sexuales por tener la regla, y ahora ella tenía un diente roto y el ojo morado por la paliza que Sergio le propinó antes de violarla nuevamente. En todo el día no se habían hablado, ni se habían mirado siquiera, y no fue hasta que Sergio intentó tocarla nuevamente que Sofía saltó encolerizada y comenzó a gritarle que era un guarro, un estúpido, una bestia a la que habría deseado nunca haber conocido ni mucho menos haber accedido a hacer aquel viaje estúpido por el que comenzó todo lo que estaban viviendo; escupió y maldijo a él y a toda su familia, le lanzó piedras y ramas y hojas que tenía a su alrededor, pateó y arañó a Sergio mientras él respondía a los golpes con el doble de fuerza. El forcejeo se hizo intenso, y un Sergio que parecía poseído, con ojos inyectados de sangre y una fuerza que quién sabe de dónde fue sacada, sujetó a Sofía por el cabello, y le azotó la frente contra una palmera. Sofía quedó inconsciente, y Sergio siguió golpeando con furia la cabeza que pronto pareció un clavel de piel reventada; tomó entonces una piedra grande y siguió golpeándola, arrancando la piel a jirones con sus manos y dejando que la arena absorbiera la sangre, exponiendo el cráneo blanco y después partiéndolo en pedazos. Pronto vio una masa gelatinosa, ciertamente grisácea y llena de sangre que lucía apetitosa, y presa del hambre que le carcomía su propio estómago, Sergio arrancó un generoso trozo de cerebro y se lo llevó a la boca.
Devoró el manjar en cuestión de minutos, después sonrió con dientes ensangrentados: a pesar del sabor a hierro, estaba feliz porque el cerebro de Sofía tenía justamente la consistencia de un flan.

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