domingo, 19 de agosto de 2012

¿Fin?

A la media noche decidí que ya nada valía la pena; no tenía amigos, mi familia pasaba de mí y los estudios ya no me llenaban igual que antes. Recuerdo cuando me era increíblemente grato lograr las más altas notas de la clase, ser mejor que los demás, tener los exámenes perfectos y los trabajos impecables... y ahora, bueno, ahora pienso que simplemente son cosas para las cuales no fui hecha.

Tenía amigos en la facultad, salíamos a fiestas y nos divertíamos, pero de pronto las cosas empezaron a cambiar: me fastidiaban más de lo normal, no soportaba tenerlos cerca, rechazaba las oportunidades en que podía convivir con ellos y sus conversaciones me parecían tan vacías que me molesatban. Poco a poco empecé a alejarme, a poner pretextos para no acudir a las fiestas, a sentarme durante largas horas en un rincón mientras leía o escribía cualquier tontería que se me viniera a la mente; me volví solitaria, sombría, ausente.

Así pasó el tiempo, no sé cuánto porque dejé de contar los días en el momento en que me dí cuenta que todas las horas eran iguales, pero sé que fue lo suficiente para haberme colmado la cabeza y el corazón de frustraciones y deseos de terminar con todo.

La mañana siguiente me levanté temprano y fui como siempre a la escuela; me senté en mi rincón favorito y leí durante la primera clase, durante la segunda puse atención porque era interesante, y en el receso salí a fumar un cigarrillo al lado del aula 7; pasado el tiempo permitido de descanso, regresé a mi rincón y reanudé mi lectura. Terminando las clases, pasé a un parque cercano a mi casa y me senté a la osmbra de un árbol, en el pasto, donde sabía que nadie me iba a molestar, y comencé a escribir lo que sería mi último texto. Decidí hacerlo ahí para sentirme libre, para que al menos mis últimas palabras vieran más directamente la luz del sol y no solamente la proviniente del foco de mi cuarto; quería que al menos el viento y el pasto y las aves que revoloteaban supieran que a pesar de la crudeza de mis letras, había sonreído por última vez a la vida.

En casa, limpié mi cuarto y ordené mis cosas en varias cajas que destiné a los lugares que creía más convenientes: una parte de mis libros irían a la biblioteca de la escuela, mientras que la otra ya tenía anotado cuidadosamente el nombre de su próximo propietario en la cara interior de la portada; los apilé y dejé una nota encima para que se entregaran a quienes correspondían. Mi ropa también se dividió en lo que sería para el albergue, lo que ya no usaba porque esatba viejo, y lo que decidí que mi hermanita debía quedarse; también le dejé a ella gran parte de mis pertenencias, como mi violín, el teléfono celular y en realidad todo lo que ella quisiera conservar.

A las 11:32 de la noche encendí mi último cigarrillo junto a la ventana de mi habitación y puse la carta sobre la mesita de noche, al lado de la Vírgen de Guadalupe que mi mamá me regaló por mi cumpleaños y donde explicaba que era culpa de todos, después encendí el modular y puse mi canción favorita bajo la opción de repetir una y otra vez. Quería morir escuchando lo que más me gustaba.

Del armario saqué una pistola, era negra y algo vieja pues la había conseguido de contrabando a una persona a quien no conocía, pero aún así tenía la certeza de que funcionaba correctamente pues antes la había probado en el campo disparándole un par de veces a latas vacías.  Me senté a la orilla de la cama, puse el cañón de la pistola en mi boca y después de respirar hondo un par de veces, tiré del gatillo.

Un dolor agudo me despertó repentinamente; sentía que la cabeza me iba a estallar, abrí los ojos pero no pude ver bajo qué techo estaba, o qué hora del día era, tampoco escuchaba absolutamente nada a mi alrededor. Me asusté, el pánico me invadió repentinamente, no me gusta la oscuridad ni tanto silencio; lloré, pero no sentía lágrimas que mojaran mi cara. Llevé mis manos a mi rostro en un gesto de desesperación, y sentí las vendas, y hurgué debajo de ellas con aún más desesperación que antes, y creo que grité mil veces sin saber exactamente qué decía hasta enmudecer al encontrar que debajo del vendaje lo único que había era carne deshecha, suturada en todas direcciones, tibia, húmeda y dolorosamente aún viva.

Fallé.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir una parte de tu mundo.

Es para mí un gran honor ser el primero en comentar tu blog, tienes gran talento.

Acerca de la chica en el texto he pensado lo siguiente:

Los hilos de la existencia aún no han sido cortados, ni la voluntad onírica de la joven ha podido lograr su cometido.

Tal vez porque no era suyo, tal vez porque ha soñado lo que le sucede a alguien más, en otro lugar y en otro tiempo, simultáneamente.

Tal vez le ha sucedido despertar accidentalmente, mientras esa otra que experimenta sigue dormida.

Tal vez en la desesperación y el aturdimiento de los enseres cotidianos, ha experimentado una muerte ya vivida, ya olvidada, y el dolor que ahora experimenta es el de la pérdida de aquel otro mundo, de esa otra vida.

Como quiera que sea, sigue viviendo entre nosotros, y tal vez, sólo tal vez, pronto tengamos noticias de su nueva existencia, quién sabe, quién podría saberlo, es un misterio...

Las Tres aún no llegan a un acuerdo.

Una, hilando desde su rueca hasta su huso, otra, tomando medidas al vestido y anticipando su duración, y la última, siempre la primera, eligiendo la forma del corte, pero ha olvidado con qué cortar.

Tal vez esta peripecia le permita a la joven una última danza, un último periplo como (El periplo de Hannón) testamento de sus pasos mortales.

Pero eso es otra historia, la de una navegación guiada por las corrientes íntimas de las mareas, que serpentean hacia tierras incultas y fértiles, ahí dónde el fallo anterior se convierte en la antesala del umbral de un nuevo mundo, de uno desconocido por el común de los mortales, de paisajes inhabitados y de ininteligibles lenguas de fuego que se escurren como el agua, evaporándose, dejando el vestigio de una existencia pretérita en el vaho que se graba en una gota de rocío, que desciende en una flor que se abre, reflejando en la caída un rayo de sol que se multiplica mientras se consume, dando lugar a otra voz, a otra palabra, tal vez a una fenicia, a una hebrea, a una india o a una voz desconocida que todo lo abarca.

Tal vez las noticias de su partida y de su pérdida le permitan al menos, por un instante, descansar en paz...

Ser o no ser, o mejor dicho, lo que fue es y también llegó a ser algo más, ininterrumpidamente.

Que su fallo sea el preámbulo de una incontable serie de experiencias. Si han de ser dolorosas, que lo sean, si en cambio son placenteras, también. Y que los matices pueblen las páginas en los silencios y las soledades.

Y sobre todo, que la fuente inagotable te llené de inspiración.

Atentamente: Anónimo