jueves, 25 de julio de 2019

La tranquilidad del adiós

En terapia Gestalt dicen que es muy beneficioso trabajar en cerrar ciclos, despedirse y desapegarse de las cosas que a uno le molestan con el fin de poder completarse y avanzar al siguiente nivel. A veces los círculos que construyen nuestra vida están ahí abiertos, flotando en nuestro inconsciente, y es a pesar de que no es complicado cerrarlos, si nos resistimos puesto que implica tomar terapia, echarse un clavado al interior y luchar contra todos esos demonios internos que tenemos.
Yo no lo busqué, sino que él fue quien vino a mi. Yo no intentaba tener algún tipo de contacto con él... ¿para qué? Ya había pasado, ya estaba convencida de que solamente se trató de una persona que estaba de paso, que me enseñó lo que me tenía que enseñar y se fue sin decir nada, sin encarar las cosas y simplemente siendo la persona inmadura que siempre, en mi interior, supe que era. Por dentro, sin embargo, también siempre supe que había algo en toda la historia que no me terminaba de convencer, y es que jamás tuve la oportunidad de decirle todas las cosas que quería, de frente, sin que me temblara la voz y con la seguridad de que definitivamente en ésta ocasión quería que quedara bien claro que no tenía interés de que volviera a mi vida....

Y pasó. Un año después de todo, pasó, y me vino a buscar y a pedir perdón por todo lo que había hecho, porque la había regado en la relación, porque ahora resulta que pudiera ser que se va del estado y se quiere llevar la conciencia tranquila después de todo. Me dijo todo lo que ya sabía: que era un inmaduro, que no supo cómo manejar la relación, que se decantaba más por ser exitoso en su trabajo (trabajo que ya dejó) y no tanto por las relaciones personales; me dijo que había entendido muchas cosas y que estaba trabajando en otras tantas. Me dijo que jamás estuvo del todo desprendido de mi, que seguía preguntando a sus amigos cómo estaba, buscando hacerme regalos sin que supiera que habían sido de su parte (anda, que no soy pendeja...) pero que tampoco fue capaz de hablarme, llamarme, mandarme un mensaje, hacer algo por encontrarme, hasta ahora.

Y yo, sentada frente a él, con una inmensa tranquilidad, sin miedo, sin nada qué esconder, sin remordimientos de conciencia, habiendo esperado más de un año, por fin se lo pude decir:

-Estás bien pendejo....

Y se sintió bonito.
Y estuvo bien.