domingo, 30 de diciembre de 2012

CAMBIO DE AÑO


Cansada y ojerosa, Anastasia se levanta nuevamente a encarar el día que se avecina ya anunciando su llegada con el amanecer y el canto de los pájaros enjaulados al lado de su ventana. Ni siquiera ha descansado, se pasó la noche llorando y preguntándose qué tantas estupideces hizo, hace y habría hecho de ser posible… porque es una tonta, porque parece ser cierto lo que le dijo su madre de que ella no sabía hacer tal o cual cosa, lo que le dijo su padre cuando le comentó que ella no podía tener decisiones propias y que su vida era como la de los changos: imitando lo que los demás hacían, pero sin tener interés verdadero en eso; o quizás era cierto lo que reflejaban los sueños de su hermana cuando le contaba que la había soñado indefensa y vana y tonta como una niña de 5 años que se aferra en niñerías.

¡Pobre Anastasia! Había vivido su vida sin ser ella, había logrado irse un tiempo y desprenderse de las raíces que la ataban a algo inexistente… pero después regresó, y con su regreso también volvieron las ataduras y los malos ratos, y las mañanas nubladas en que sólo limpiaba la casa, las tardes diáfanas pero aburridas, las noches largas y llenas de letras aquí y allá, de autores conocidos y desconocidos, de amores atrapados o inexistentes… de sueños rotos o melancolías putrefactas ya cansadas de vivir, casi tan cansadas como ella.

Pasó su último día sentada sobre la cama, leyendo libros guardados en su librero, revisando viejos escritos en gastadas libretas de hojas amarillentas, pasando y repasando cuentos regalados, cartas improvisadas, fotografías y recuerdos que había esparcido sobre la cama y había comenzado a organizar por formas y colores, por tamaños, por importancia, por sentimiento o por lágrimas. La noche la dejó llegar silenciosa; dejó irse al sol junto con el canto de los pájaros, dio la bienvenida a los maullidos desesperados de gatos en celo, a los aullidos de perros abandonados en azoteas que clamaban a sus dueños o quizás un poco de compañía de otros perros en igualdad de condiciones. Pensó en lo triste que era aquello, y en su propio desconsuelo al verse a sí misma recibiendo estrellas envueltas en neblina por el frío que hacía.

Los silencios se hicieron presentes, pero también las revelaciones que la oscuridad trae consigo cuando ya no hay nadie que atente contra su existencia; sin luces se dejó guiar por a voz de su acompañante negra, por las verdades que gritaban en crujidos de madera y de puertas, y de pasos encerrados que la gente dice que es el eco pero que ella siempre pensó que era algo más, alguien más junto a ella. Se sintió estúpida, sola, vacía, llena de una tristeza profunda que no la dejaba respirar, llena de arrepentimiento, de temor, de hastío hacía si misma por ser quien era, por pasar la noche anterior llorando, y el día triste, y la tarde removiendo arenas del pasado; sintió pena por sí misma y por su porvenir.

A tientas, sentada sobre su cama, alcanzó un papel en blanco y la vieja pluma:

Me hubiera gustado pasar el último día del año a tu lado, reír y llorar y recordar lo que se ha pasado, pedirte mil y un veces perdón por no escuchar cuando me decías que estaba exagerando, por no hacer caso de las múltiples alertas de mi comportamiento cuando me estaba pasando de la raya. Me hubiera gustado poder sentarme a tu lado otra vez, revivir momentos como tantas veces lo hemos hecho, dejar que la madrugada nos alcanzara desnudos sobre la cama, conversando, dando vueltas para encontrar un lugar que sin querer hemos estado construyendo y destruyendo pero que no nos importa porque sabemos que es nuestro, aquí, allá, donde sea que lo decidamos, donde quiera que se nos antoje recibir las locuras y comenzar de nuevo.

Me hubiera gustado tomarte de la mano y desearte feliz año, abrazarte y darte un beso tímido y casi a escondidas porque me da mucha pena que me vean haciendo eso; hubiera preferido simplemente que mis arranques de niña consentida y mis alteraciones de humor no se hubieran apoderado de mí para hacerte estallar y largarte, para no provocar que me dejaras.

“Me hubiera”… tantos “me hubiera”… tanto y tanto existente sin existir, tan marcados deseos frustrados, tantas palabras calladas…

Y ahora, me sentaré como siempre con mi familia, a dejar pasar el tiempo y comenzar un año acompañada pero casi tan sola como siempre, casi como me siento cuando estoy triste o tengo hambre.