domingo, 20 de diciembre de 2015

Recortes

Jonathan salió a dar una vuelta esa noche; el clima era un poco frío, como todo primer día de Febrero, así que se abrigó hasta las orejas, se puso la sudadera a rayas que le había regalado Maribel en la navidad del 20..., la bufanda tejida a mano en ese mismo año y los guantes que había comprado en una tienda de San Francisco poco después. No le apetecía ir en coche, quería que se despejara su mente mientras ponía un pie delante del otro de forma automática, sin rumbo fijo, y seguir así hasta que se hiciera tarde o se le acabaran los pensamientos.

Hacía ya seis años que la había dejado de ver, pero el tiempo parecía transcurrir tan lentamente que incluso a veces parecía que había sido apenas unos meses antes cuando la vio nuevamente y por casualidad en el centro de la ciudad. Llevaba un vestido azul marino, iba sola y se había pintado los labios de rojo, lo cual a Jonathan le pareció un poco extraño porque ella no solía hacerlo así, no al menos mientras estuvo con él. Se saludaron a la distancia sólo con un movimiento de cabeza, él había apartado rápido la mirada para no cometer una tontería y acercarse a hablarle, invitarla un café y después decirle que la extrañaba de sobremanera. Y es que era cierto: la extrañaba mucho, extrañaba sus ojos y sus húmedos besos, sus abrazos firmes, sus pucheros cuando él la hacía enojar al no reírse de sus chistes... pero no quería que supiera, no podía permitir que su orgullo se doblegara y acudir corriendo a ella a cada instante; se decía a sí mismo todos los días que tarde o temprano ese amor debía morir.

El paso de Jonathan era tranquilo, sus manos en los bolsillos de la sudadera se cerraban en las llaves de su casa en un intento de aferrarse a algo que permaneciera en la realidad, en el aquí y el ahora, y no divagar en sus pensamientos toda la noche... pero a veces le resultaba tan imposible no perderse, no recordar. Esa noche no sabía por qué Maribel le dolía tanto: estaba sentado frente a la computadora, perdiendo el tiempo como era costumbre, y de pronto los ojos de Maribel se aparecieron en la pared frente al escritorio, con esa mirada tan característica suya, "llena de fuego, de luz" le había dicho Jonathan en alguna ocasión, y ella había sonreído tristemente. La dejó entrar en sus pensamientos, que acampara ahí toda la noche si le apetecía, porque esa noche justamente también a él se le antojaba estar con ella aunque fuera de esa manera, recordar las largas noches y las frías madrugadas en que dormían juntos, en su cuerpo esbelto acurrucándose junto a él, en cómo lo despertaba dulcemente en las mañanas con un beso. Quería sentir sus manos de finos dedos pasándose por su cabello, la piel tersa de su espalda y sus piernas, el perfume de su piel, la paciencia con la que escuchaba todas sus historias y se interesaba en ellas aunque no las entendiera en absoluto; quería platicar con ella, preguntarle si se acordaba de los hot cakes quemados que le preparó una vez, si había leído el último libro de Haruki Murakami y qué tal le había parecido, si había seguido escribiendo como antes, si ya había decidido a dónde viajaría las siguientes vacaciones.

-¿Cómo estás, Maribel? - Dijo Jonathan en voz baja, como si ella estuviera a su lado y lo escuchara - ¿Qué sueño has cumplido hoy, qué nueva idea tienes en esa mentesita que parece una máquina imparable?

Jonathan se sentó en un columpio en el parque cercano a su casa y comenzó a mecerse con distracción. La tristeza le oprimía el pecho, le dolía y sintió como la tristeza se agolpaba en sus ojos. Lloró ahí sólo, sentado y a mitad de la noche, lloró como no había llorado desde hacía mucho tiempo y se abrazó una y otra vez al recuerdo de Maribel, hablando quedamente a un oído imaginario. Le pidió disculpas por no haber contestado su mensaje esa mañana, por haberla ignorado, por estar ausente desde tiempo atrás.

"Los sueños se vuelven realidad" Había escrito Maribel al pie de una foto que le envió y en la cual lucía una amplia sonrisa, de esas que ella no acostumbraba a dibujar en su rostro, y al fondo se observaba en todo su esplendor el avión que Jonathan intuyó, estaría próxima a abordar. Esa mañana Jonathan estaba ocupado, se le había hecho tarde para el trabajo y leyó el mensaje mientras conducía a toda velocidad por una de las avenidas principales de la ciudad. No le prestó importancia y arrojó el celular al asiendo del copiloto, más preocupado por llegar a tiempo al trabajo que por contestar. Después, un segundo mensaje apareció en la misma conversación: "Siento que te molestara, sólo te lo quería compartir..."

No hubo más mensajes de ella. Él pensó en contestar una vez que llegara al trabajo, pero se olvidó por completo debido a todos los pendientes urgentes a realizar; pensó fugazmente en contestar durante la hora de comida, pero su jefe decidió que era buena idea comer juntos; pensó y pensó mil veces contestar, pero mil y un veces se olvidó de ello. Nunca hubo respuesta. Era el primero de Febrero.

Para esas horas, el frío ya había empeorado y calaba hasta los huesos. Jonathan salió de su ensimismamiento al notar cómo se entumecía su cara, húmeda por las lágrimas, y emprendió el camino de regreso a casa, decidido a pensar y hablar largas horas con Maribel mientras se acurrucaba en su cama y en sus pensamientos junto a ella. 

Los pasos resonaron fuertemente en la sala de su casa, poco después se encendió el motor del refrigerador y eso fue lo único que rompió el silencio. Jonathan se dirigió a su cuarto, encendió la luz de la mesilla de noche y se sentó a la orilla de la cama, en medio de la oscuridad, con la vista fija en sus rodillas. Junto a la lámpara, un viejo recorte de periódico ya amarillento y desgastado por el paso del tiempo yacía inerte; Jonathan le había puesto a mano la fecha de la edición: 2 de Febrero del 20...

"Vuelo de Aeroméxico con destino a la ciudad de... se estrella. No hay sobrevivientes"