Gira, gira… gira sin llegar a ningún lado, siempre frente al
espejo de una caja en la cual vivirás para siempre encerrada. No existen aquí
los soldaditos de plomo que te rescaten de payaso de la caja musical. Me cuestiono
acerca de lo que harás en estos momentos al respecto.
Vestida de rosa, la pobre bailarina de porcelana sigue dando
vueltas sobre la punta del pie derecho; de haber tenido uñas éstas ya estarían
encarnadas dolorosamente y de seguro el terciopelo azul cielo del joyero ya
estaría teñido de rojo carmesí, aunque ¿qué hay dentro de las venas
inexistentes de una bailarina de porcelana?
—Sangre verde tornasolada—dice el payasito de la caja—Sangre
verde tornasolada…
…verde tornasolada…
...verde tornasolada…
…verde...
…tornasol…
…torno… sol…
Giro…
Y gira…
Y da vueltas bajo el sol sin llegar a ningún lado. Y el verde
de los ojos apenas si puede distinguirse.
Suena la música, tan repetitiva como el mismo baile de la
pobre bailarina pálida y frágil, que no siente el son en su cuerpo, que no expresa
sus emociones en sus movimientos.
¿Y qué harías, pequeña bailarina, si en lugar de brazos
blancos y fríos tuvieras alas de madera?
—Prenderle fuego…—dice el payasito de la caja
musical—¡prenderles fuego!—y salta con violencia fuera de su aposento, balanceándose después
vacilonamente mientras sostiene la sonrisa macabra que asusta al gato.
El gato brinca de la cama hacia la mesa…
El joyero de madera cae al piso…
La bailarina blanca de sangre tornasolada se deshace
partiéndose en pedazos.
Ya no giras, bailarina, frente al espejo que se rompió
contigo.
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