viernes, 5 de abril de 2019

Trabajar me está destruyendo

No me gusta mi trabajo, la verdad es que el último que realmente me gustaba porque implicaba que no tenía que relacionarme con nadie directamente fue uno que dejé hace ya casi dos años. Era perfecto: podía ponerme a escuchar música mientras hacía mis investigaciones, sin tener que hablar con la gente, y solamente dedicarme a presentar los resultados a través de la plataforma o de terceros a quienes no conocía... no podía pedir nada más.

Nada salvo no tener el jefe directo tan idiota que tenía... pero ese es otro tema.

Realmente las actividades de los trabajos no son algo que me desagraden del todo, pero por lo general tiendo a ser muy susceptible a las relaciones con mis compañeros. Por lo general tiendo a mantenerme al margen, hablar cuando es necesario y presentar resultados nada más; no suelo hablar mucho de mi vida personal, he aprendido a no tener mucha confianza con algunas personas, pero al final de todo siempre hay cosas que me superan y comentarios que me sacan de quicio de tal manera que en verdad pienso en renunciar como única alternativa de liberación.

Hoy por hoy, trabajar me está destruyendo lentamente: a pesar de que siento empatar con los ideales de la empresa para la cual trabajo, a final de cuentas me percato de que no hay realmente ese compromiso por parte de los demás en cuanto al manejo de la compañía hacia sus fines establecidos: un día dicen una cosa, al siguiente día actúan bajo otra ideología, y sobre todo uno tiene que estar aguantando los malos tratos y los desplantes de los demás como si se tratara de un lujo estar en el puesto o en la empresa, como si me debiera sentir orgullosa por pertenecer al nuevo concepto de esclavo.

Trabajar me está quitando la vida: paso 11 horas de mi día encerrada en una oficina, personificando espléndidamente el concepto de "Godinez",  redactando correos electrónicos que poco sentido tienen, haciendo actividades que no van a ser lo suficientemente productivas en algún momento. Durante 11 horas además tengo que estar cumpliendo con los mandatos de otros trabajadores, con los indicadores, con las actividades y, desde luego presentar resultados, mismos que se deben de alguna manera maquillar para que no me toque una regañada segura.

Trabajar me está destruyendo el autoestima mediante acciones obligadas que implican adjudicarme los errores de los demás como si fueran míos, simplemente porque las indicaciones no fueron comunicadas en tiempo y forma, o simplemente porque los errores fueron de otros pero por jerarquía me tengo que responsabilizar (aunque sea moralmente) de ellos. Me destruye la autoestima en el sentido de que las ideas aportadas difícilmente son tomadas en cuneta, pero después alguien se las apropia aunque no hayan salido de su mente; a veces, si esas ideas salen mal, entonces sí indican que fueron mías, de otro modo siguen siendo de alguien más. Me destruye la autoestima porque soy una persona que no facilite va a ceder ante las peticiones estúpidas de los demás, porque soy una persona que manifiesta si algo no le agrada y no de las que simplemente agacha la cabeza y hace lo que le piden; suelo a veces cuestionar las acciones de los demás, suelo a veces también negarme a hacer algunas actividades con causa justificada, y al parecer eso no es bien visto en las empresas.

Trabajar está terminando con la confianza con las demás personas ya que me doy cuenta que son muy pocas aquellas en quienes puedes confiar, y las hipócritas que manipulan la información bajo su propio interés son la gran mayoría. También me doy cuenta que lo mejor es jamás dar indicio alguno de lo que te molesta, porque siempre habrá alguien que estará al pendiente de cada una de tus acciones y se colgará de ellas para hacerte sentir mal en cualquier oportunidad que tenga.

No sé quien nos dijo que debíamos levantarnos temprano durante al menos 5 días a la semana, vestir formalmente, ostentar un título universitario, que nos digan "señor", "licenciada", que nos nombren jefe o supervisor solamente por alimentación del ego y esperar 6 días de vacaciones al año era motivo de orgullo y, encima, uno se debería sentir agradecido.