A Tony le gustaba sentarse en el
patio de la casa todas las noches, o en especial solamente las noches de
octubre porque la luna parecía ser más grande y las estrellas se mostraban de
una forma menos inhibida y más brillante, como si quisieran aprovechar
justamente ese mes para desatarse y ser felices en el cielo. A lo mejor,
pensaba Tony para sí, allá arriba hay una especie de papá o mamá que todo el
tiempo está detrás de las estrellas más pequeñas para que no se acerquen tanto
al sol y se quemen, y detrás de las más grandes también para que no vayan tras
la luna que de pronto desaparece; esa historia le recordaba la novela de las 5
de la tarde, de la cual mamá le explicó que la protagonista se había ido detrás
de un hombre, perdidamente enamorada, y éste un día simplemente desapareció.
Además de todo, las noches le
gustaban porque permitían ver al cielo sin que le dolieran los ojos; el sol le
causaba muchos daños, casi siempre le dolía la cabeza y después le sangraba la
nariz, además de que el calor era insoportable y sentía algunas veces que no
podía respirar. En muchas ocasiones había intentado quitarse toda la ropa
mientras jugaba en el jardín de la casa, pero mamá reprendía severamente a Tony
diciéndole que no debía hacer eso, que el jardín no era lugar para andar
desnudo y que además eso provocaría que su piel se quemara en mayor extensión.
Por eso Tony hacía mucho tiempo que no salía a jugar; contrario a ello, se
pasaba toda la tarde junto a una ventana, observando a la gente pasear afuera y
preguntándose cómo es que soportaban caminar bajo el sol abrasador del
mediodía; a veces se reía de las señoras que pasaban con sombreros chistosos, o
se imaginaba qué era lo que iban conversando las parejas que paseaban tomadas
de la mano. Miraba durante largas horas a los perros, las aves, algún gato que cruzaba
la calle, y en varias ocasiones también vio lagartijas tomando el sol
tranquilamente.
Una vez, Tony comenzó a
preguntarse de qué hablaban los pájaros, a quien extrañaban los perros que se
refugiaban bajo la sombra de un árbol… ¿y si la lluvia cae porque al cielo le
duele algo? ¿a quiénes están buscando las nubes?. Ese día Tony se dio cuenta
que el día tenía consigo más misterios que la noche, porque en la noche todo el
mundo está durmiendo, salvo los gatos, que esos se veían correr más
constantemente que el resto de los animales; también, en las noches no había
aves chismorreando por los cables de alta tensión, ni perros extrañando a alguien…
a lo mejor sólo pasaba que todos tenían miedo al cielo porque era cuando
lloraba con más fuerza y el suelo se sentía entonces como cuando tocó la cara
de mamá a media noche, justo después de haber regresado del médico, y ella le
explicó que solamente tenía miedo.
En la última noche de Octubre,
Tony se recostó ésta vez en el patio y comenzó a recordar cuando descubrió el
cielo de la noche: había estrellas, muchas estrellas… ¡Tantas estrellas que
parecía que a Dios se le había caído un bote de diamantina sobre una tela
negra! Y la luna estaba tan enorme y gorda que hasta le recordó a la tía
Cándida, esa que no le gustaba que le diera besos porque olían a cigarro… pero
la luna, en cambio, era bonita, bonita como mamá en las mañanas… y también se
preguntó a dónde iban las estrellas durante el día, ¿quién las guardaba? ¿Dónde
vivían? ¿Por qué no podía bajar una para que mamá no siguiera llorando?.
Por primera vez en mucho tiempo,
Tony se fijó que las estrellas tiritaban y se estremecían constantemente, y pensó
que estaban entonando una canción para él, y que le decían que debía correr y
cantársela a mamá para que ella volviera a sonreír y fuera muy feliz, y que así
lo llevaría al parque, y a comer su helado de limón que tanto le gustaba, y
después al regreso a casa le compraría un perrito para que le hiciera compañía
cuando mamá se fuera a trabajar y se quedara solito en la casa; también le iba
a dar muchos abrazos toda la noche y a la mañana siguiente se levantaría muy
temprano para levarle a mamá el desayuno a la cama, le haría jugo de naranja y
le pondría las pantuflas rosas a juego con su bata para que le prepare el
desayuno mientras ven dibujos animados en la televisión. Después volverían a ir
al parque, y sacarían al perro a pasear… y serían felices.
Tony entró a la casa corriendo,
sin preocuparse por si hacía ruido; se metió en la cama lo más pronto que pudo
y abrazó fuertemente a mamá… pero ésta no le contestó el abrazo, ni se movió.
Estaba fría.
Tony pensó que otra vez mamá
tenía miedo al cielo, y que del pánico se había quedado paralizada y helada. Se
abrazó a ella, le dio un beso diciéndole que mañana todo estaría bien, y se
durmió a su lado.