viernes, 10 de agosto de 2012

Maribel


Cuando la vio, Maribel sintió asco; tenía la piel de color gris, apagada y reseca que le recordaba tanto a la piel de los muertos. Los ojos, que antes fueron vivaces y llenos de luz ya sólo albergaban… nada, realmente nada, nada hundida en el rostro, haciendo parecer más profundas las cuencas y resaltando los pómulos puntiagudos que acentuaban su aspecto cadavérico… estaba desnuda, con los huesos tan expuestos que parecía querían salir huyendo a través de su piel, o lo que quedaba de ella, pues ahora solo parecía una delgada membrana pegada al esqueleto; las costillas y clavículas lucían amenazantes, los brazos caían inertes a los costados con una debilidad tan notable que hasta dolía verla, y las piernas flaqueaban bajo un peso inexistente.
                Para Maribel la impresión fue demasiada: la recordaba tan distinta, tan llena de vida y con un cuerpo lo suficientemente sano y atractivo como para llamar la atención de los hombres que pasaban a su lado, y ahora era como la sombra de una sombra desvirtuada del nardo en el pantano que sólo alcanzaba a ir más allá cuando el sol se ponía. Maribel no tenía idea de cuánto tiempo había permanecido aislada, sola, encerrada en aquel lugar, y es que lucía tan inhóspito que aquello presentado en las películas de terror le quedaba corto: oscuro, húmedo, con una pequeña ventana de viejos barrotes oxidados que apenas permitían el paso de unos cuantos rayos de luz; las paredes frías parecían llorar la situación, y cientos de arañas negras de largas y frías patas recorrían las mismas o esperaban ansiosas capturar una desubicada mosca que se enredara en sus telas. No había piso como tal, sino que una gruesa capa de pegajoso barro se extendía por el cuarto, absorbía heces y cuidaba gusanos, y si estaba de buenas dejaba que una rata le hiciera cosquillas al correr sin rumbo fijo. En la pared más lejana, un mugriento espejo que apenas si reflejaba su entorno se posicionaba rígido y muerto.
                —Qué te ha pasado?—Comienza a decir Maribel al “esperpento” que sonríe con mueca torcida—Mírate a ti misma, observa como la vida se escurre poco a poco a través de tu piel casi muerta; en tus ojos puedo ver tu interior, tan muerto como la rata que cuelga del espejo… ¿has dormido? ¿Has comido?
                —¿Quién lo necesita?—Responde “aquello”—Dormir te priva de disfrutar la vida y comer absorbe la vida para rehuir a la muerte. Para vivir necesitas despertar tu espíritu y unirte al universo,, sin nada que te ate a la tierra; debes fusionarte, volar, ser aire y barro y agua que embriagaban tu espíritu. Morir implica entrar en vida nueva, y a veces dar vida; te descompones y tus ojos e intestinos alimentan gusanos, que alimentan la tierra, que a su vez alimenta plantas y animales que darán de comer a los humanos al tiempo que se sacrifican. Cuando mueres, te vuelves más vivo que en vida, estás en todos lados y hasta puedes invadir la mente de los demás, te vuelves santo, mártir, reina, agua, estrellas y viento… ¡Todo!
                —También mueres en vida al entregarte a algui9en.
                —¡Exacto! ¡Si!—grita “aquello” y se mueve eufórico por el cuarto—Llega el punto en que expandes tu conciencia y sientes poco a poco la sangre en tus venas, el chasquido de tus neuronas dentro de tu cabeza, el aliento de quien está contigo tocándote con sus dedos y sus labios en lugares prohibidamente sensibles… y agonizas, te retuerces, el corazón quiere salir de tu pecho al tiempo que te penetran lentamente, después rápido, y poco a poco te acercas a la muerte—se rió sonoramente—¿Verdad que provoco algo? ¡Mírate, Maribel! En este instante deseas morir aunque sea tu sola: estás agitada, alterada, y has llevado la mano a tu sexo sin darte cuenta… no te reprimas, quiero ver que lo hagas tal como lo has hecho tantas veces hasta ahora.
                Maribel accedió; poco a poco fue deslizando las manos por su abdomen, el pecho, hacia su cuello y rostro. Mordió sus labios, lamió sus dedos y los deslizó hacia su entrepierna hundiéndolos firmemente y ahí y agilizando la agonía que tanto disfrutaba; gemía, jadeaba, dejaba a su alma escapar en gritos semiahogados.
                Abrió los ojos  y miró al espejo; sonrió al verse a sí misma con sus huesos prominentes y su piel cetrina, con sus ojos hundidos en un rostro cadavérico que nada tenía que ver con lo que era antes; sola, mirándose fijamente, hablándole a aquello que a veces cobraba vida en el espejo y la orillaba a morir un poco cada día con el pretexto de encontrar una eternidad que regresaba al infinito en el momento en que ella volvía a respirar. Esta vez, sin embargo, sintió a la muerte llegar con más fuerza que antes y la recibió abriendo sus piernas.
                Tal vez en ésta ocasión el orgasmo sería interminable.

1 comentario:

suerte y azar, com, co. dijo...

Està chèvere tu pedazo de mundo, me gusta.