Cuando la vio, Maribel sintió
asco; tenía la piel de color gris, apagada y reseca que le recordaba tanto a la
piel de los muertos. Los ojos, que antes fueron vivaces y llenos de luz ya sólo
albergaban… nada, realmente nada, nada hundida en el rostro, haciendo parecer
más profundas las cuencas y resaltando los pómulos puntiagudos que acentuaban
su aspecto cadavérico… estaba desnuda, con los huesos tan expuestos que parecía
querían salir huyendo a través de su piel, o lo que quedaba de ella, pues ahora
solo parecía una delgada membrana pegada al esqueleto; las costillas y
clavículas lucían amenazantes, los brazos caían inertes a los costados con una
debilidad tan notable que hasta dolía verla, y las piernas flaqueaban bajo un
peso inexistente.
Para
Maribel la impresión fue demasiada: la recordaba tan distinta, tan llena de
vida y con un cuerpo lo suficientemente sano y atractivo como para llamar la
atención de los hombres que pasaban a su lado, y ahora era como la sombra de
una sombra desvirtuada del nardo en el pantano que sólo alcanzaba a ir más allá
cuando el sol se ponía. Maribel no tenía idea de cuánto tiempo había
permanecido aislada, sola, encerrada en aquel lugar, y es que lucía tan
inhóspito que aquello presentado en las películas de terror le quedaba corto:
oscuro, húmedo, con una pequeña ventana de viejos barrotes oxidados que apenas
permitían el paso de unos cuantos rayos de luz; las paredes frías parecían
llorar la situación, y cientos de arañas negras de largas y frías patas
recorrían las mismas o esperaban ansiosas capturar una desubicada mosca que se
enredara en sus telas. No había piso como tal, sino que una gruesa capa de
pegajoso barro se extendía por el cuarto, absorbía heces y cuidaba gusanos, y
si estaba de buenas dejaba que una rata le hiciera cosquillas al correr sin
rumbo fijo. En la pared más lejana, un mugriento espejo que apenas si reflejaba
su entorno se posicionaba rígido y muerto.
—Qué
te ha pasado?—Comienza a decir Maribel al “esperpento” que sonríe con mueca
torcida—Mírate a ti misma, observa como la vida se escurre poco a poco a través
de tu piel casi muerta; en tus ojos puedo ver tu interior, tan muerto como la
rata que cuelga del espejo… ¿has dormido? ¿Has comido?
—¿Quién
lo necesita?—Responde “aquello”—Dormir te priva de disfrutar la vida y comer
absorbe la vida para rehuir a la muerte. Para vivir necesitas despertar tu
espíritu y unirte al universo,, sin nada que te ate a la tierra; debes fusionarte,
volar, ser aire y barro y agua que embriagaban tu espíritu. Morir implica
entrar en vida nueva, y a veces dar vida; te descompones y tus ojos e
intestinos alimentan gusanos, que alimentan la tierra, que a su vez alimenta
plantas y animales que darán de comer a los humanos al tiempo que se sacrifican.
Cuando mueres, te vuelves más vivo que en vida, estás en todos lados y hasta
puedes invadir la mente de los demás, te vuelves santo, mártir, reina, agua,
estrellas y viento… ¡Todo!
—También
mueres en vida al entregarte a algui9en.
—¡Exacto!
¡Si!—grita “aquello” y se mueve eufórico por el cuarto—Llega el punto en que
expandes tu conciencia y sientes poco a poco la sangre en tus venas, el
chasquido de tus neuronas dentro de tu cabeza, el aliento de quien está contigo
tocándote con sus dedos y sus labios en lugares prohibidamente sensibles… y
agonizas, te retuerces, el corazón quiere salir de tu pecho al tiempo que te
penetran lentamente, después rápido, y poco a poco te acercas a la muerte—se
rió sonoramente—¿Verdad que provoco algo? ¡Mírate, Maribel! En este instante
deseas morir aunque sea tu sola: estás agitada, alterada, y has llevado la mano
a tu sexo sin darte cuenta… no te reprimas, quiero ver que lo hagas tal como lo
has hecho tantas veces hasta ahora.
Maribel
accedió; poco a poco fue deslizando las manos por su abdomen, el pecho, hacia
su cuello y rostro. Mordió sus labios, lamió sus dedos y los deslizó hacia su
entrepierna hundiéndolos firmemente y ahí y agilizando la agonía que tanto
disfrutaba; gemía, jadeaba, dejaba a su alma escapar en gritos semiahogados.
Abrió
los ojos y miró al espejo; sonrió al
verse a sí misma con sus huesos prominentes y su piel cetrina, con sus ojos
hundidos en un rostro cadavérico que nada tenía que ver con lo que era antes;
sola, mirándose fijamente, hablándole a aquello que a veces cobraba vida en el
espejo y la orillaba a morir un poco cada día con el pretexto de encontrar una
eternidad que regresaba al infinito en el momento en que ella volvía a
respirar. Esta vez, sin embargo, sintió a la muerte llegar con más fuerza que
antes y la recibió abriendo sus piernas.
Tal
vez en ésta ocasión el orgasmo sería interminable.
1 comentario:
Està chèvere tu pedazo de mundo, me gusta.
Publicar un comentario